Ya no tengo dudas. Que San Lorenzo consiga volver a Boedo por medio de ese proyecto de ley que ya está presentado en la Legislatura me caería bien, simpático. Para que te voy a mentir, Quemero, llegué a esa conclusión.
No hay caso. No lo pude vivir y creo, por como viene la mano, que tampoco voy a poder saber de qué se trata. Tuve que conformarme con esta historia contemporánea que le toca vivir al clásico por ese abandono.
Me lo contó mi abuelo, hace muchos años, y más tarde me lo repitió mi viejo. Juntarse en Boedo y Caseros, en alguna arteria de San Juan o por avenida La Plata los días en que se jugaba el clásico era único, puro folclore.
Se Juntaban grupos grandes (téngase en cuenta que hablo por terceros, porque jamás lo viví) de amigos, vecinos y familiares, con los colores entremezclados y todos juntos salían para el “Wembley porteño”. Entre risas y bromas –no pasaba de eso, total más tarde se volvían a encontrar- se despedían para unos entrar por Inclan y otros por Las Casas.
Hoy todo cambió. Es cierto que me invade la nostalgia ¿y qué? ¿No lo puedo reconocer? Cómo no voy a querer que ese proyecto de ley que presentaron legisladores de Proyecto Sur con un grupo de hinchas cuervos no se convierta en ley. Si una huida del barrio, un abandono, está erosionando y devaluando este clásico barrial.
Y vos, Quemero, lo sabés bien. O acaso Boedo no está colmado de hinchas que llevan el Globo en el pecho. Ese barrio de casas bajas y empedrado caminado por Homero Manzi (otro de nuestro bando) sólo tiene luz cuando Huracán es local. Y vos, Quemero, lo ves a diario, sabés que lo que digo no es chamuyo. Ves los pantalones rojos en San Juan y Boedo, por Sánchez de Loria, en la pizzería San Antonio. El desarraigo hizo que nos expandiéramos hacia una zona que no creíamos que podíamos habitar.
Y sí, que te voy a decir, me gustaría que vuelvan.