Una vez le escuché decir a Eduardo Sacheri una frase sobre Messi que, en escasos caracteres, resumía lo que tanta verba periodística no había podido expresar en los últimos años: “Messi no tiene la culpa de que los argentinos seamos incapaces de cerrar nuestro duelo con Diego”. Tenía razón.
Es tan cierto eso como si la misma situación la trasladáramos a la relación del Turco Mohamed con la abigarrada historia contemporánea de Huracán. Él no tiene la culpa de los últimos 40 años del club, de nuestra añoranza de tiempos relucientes. Tal vez, hay que reconocerlo, muchas veces cargamos todas las esperanzas en alguien. Y a esas esperanzas le agregamos la cuota de responsabilidad extrema que nosotros creemos que esa persona debe tener.
Esto lo fui aprendiendo con los años. Pero durante muchos otros, admito que su figura fluctuó en cuanto a mi consideración amorosa. De la boca para afuera lo bancaba con vehemencia; puertas adentro le enrostraba varias cosas. Lo veo todo más claro ahora, a la distancia, como suele ocurrir. Porque cuando el tipo se fue en una sexta fecha del torneo ventilando miserias del club yo se lo recriminé y me enojé. Qué pronto me había olvidado de que apenitas unos meses antes de esa renuncia yo había llorado desconsolado, en Mendoza, a la par de las lágrimas de Tony por nuestro ascenso. Qué rápido me había olvidado de aquel día que apareció con muletas para dirigirnos en Ferro, después de que el destino le preparara esa puta mala jugada y lo dejara en orsai. En orsai para toda la vida.
Le reproché con la misma fuerza algunos comentarios suyos como técnico de Colón de Santa Fe y me enojé a rabiar con aquel 1-5 cuando dirigía a Independiente. “¿Era necesaria semejante humillación con un equipo que penaba por la cancha?”, me preguntaba. “¿Él no podía hacer nada, ni siquiera pedir que se bajara un cambio?”. No me importaba que estuviera acurrucado en el banco de suplentes rival pidiendo que pasara esa pesadilla. Mi dolor en la tribuna era mucho más fuerte que el suyo. O al menos eso creí en su momento. ¿Por qué hacía eso si yo hasta me había puesto contento con su campeonato en Independiente? Sí, lo reconozco, había disfrutado que sacara campeón a ese odioso club.
Mi relación (ficticia) con el Turco es así. Cargué mis frustraciones por Huracán y la de otros miles de hinchas sobre su espalda. Qué culpa tenía el tipo, me pregunto. Lo veo recién ahora, después de mucho tiempo, mientras miro el video de su presentación como entrenador del Globo y se me caen las lágrimas de emoción. Las mismas que se le cayeron muchas veces a él por mi amado club. Por su amado club. Por Huracán.