Tu viejo te rompió tanto los huevos que, de pibito, no sabías le letra de Aurora pero podías repetir los apellidos de personas que, a esa edad, si las veías en la calle no las reconocías: Roganti, Buglione, Carrascosa… Los memorizabas y arrancabas, casi de corrido, con una formación setentosa que no viste jugar porque no habías nacido. Eso sí, sabías, porque te lo contaron, que Babington dibujaba con su zurda, que Brindisi fue el mejor ocho y que Houseman los hacía sentar de culo, los amagaba y volvía para hacerlos sentar de culo otra vez.
La historia se detuvo en ese cuadro que cuelga en tu cuarto, que ya no tiene vida y que, incluso, llegaste a pensar en taparle la cara a algún que otro jugador de aquella época. Se detuvo todo y, a partir de ahí, empezó a llegar toda la mierda junta. Un caudal entero para nosotros. No hubo Loco Houseman, Avallay, Menotti ni nada más. Apenas algo esporádico para que todos repitiéramos en forma de consuelo: ¡Cuando Huracán se despierte, no para más!
¿Cuándo carajo iba a cambiar la suerte para Huracán? ¿Hacía falta que lloviera sólo en Parque Patricios, mientras en el resto de los barrios había sol, pileta y reposeras? Pasamos a ser, durante años, la variable de análisis de mucha gente que intentó explicar lo inexplicable. Porque el Globo no tenía explicación. Uno de los más grandes se había derrumbado de verdad. No había un argumento sensato. Sólo indicios, pero no alcanzaban. Otras instituciones habían pasado por situaciones similares, pero la nuestra era eterna. No tenía fin. Hasta que lo tuvo.
Una vez, Maradona patentó, con su habitual picardía y lunfardo callejero, un insulto que incluso, al día de hoy, se repite en algún picado de barrio. “¿Qué querés si es arquero?”, tiró el Gordo para chicanear. Un arquero, dejate de joder. Mirá que hay que ser especial para ser arquero, eh. Te cagaste de risa siempre de eso, hasta que apareció ese tal Marcos Díaz, que no sólo atajo un par de penales. Sus manos le dieron cuerda nuevamente a la historia que estaba detenida, para que de una vez por todas volviera a arrancar en Parque Patricios. Y si lo pensás bien, no es tan ilógico que a Huracán, el club inexplicable, lo resucitara un arquero.