Gustavo Alfaro nunca imaginó que Boca estaría del otro lado del teléfono, con la bengala de auxilio ya disparada. Nunca pensó que Boca y su contexto lo designarían como el bombero de su presente y, por qué no, de una gestión entera. Simplemente nunca lo pensó mientras decía lo que decía y se regocijaba de la gran chance que era Huracán para él. Nunca fue una posibilidad cruzarse con Boca cuando salió por el balcón del Ducó a lo Perón y escuchó a la mejor hinchada del universo pronosticar una vuelta bajo su conducción. Alfaro movilizó a la gente hasta ahí y en ese balcón había tipos que varias generaciones nunca olvidarán. No obstante, los devotos que miraban desde abajo no se pusieron colorados por dedicarle una canción a él. Unas cuantas.
Si ese día una persona, divinidad o cualquier otra cosa con la posibilidad de parlar planteaba este presente nadie lo hubiera creído. Nadie. Y a riesgo de conquistar el Campeonato Mundial de los Ilusos, le creo 100% a Alfaro cuando dice que no fue fácil la decisión que tomó. Alfaro hasta hace semanas hablaba de ética, moral, valores y proyectos con la autoridad que le daba el archivo, la repetición de coherencia que fue su carrera, su reputación bien ganada. Honró sus mandamientos, profesó sobre sus acciones. Alfaro podría haber cuestionado a Gandhi hasta hace dos semanas y los horrorizados hubieran sido pocos. “Porque Alfaro no habla por hablar”, “porque todo lo que dice tiene sentido”, “porque Alfaro…”. Y por eso, conociendo lo cerebral y planificador que fue y es, y confiando en que de gil e impulsivo no tiene nada, él ha de saber mejor que nadie que tiró por la ventana años de un camino recto y un reconocimiento que –repito- bien supo ganarse; no como DT, sino como persona del fútbol. Alfaro ya no es un europeo dirigiendo en el fútbol argentino y difícilmente otro periodista se anime a decir, otra vez, que el fútbol argentino o el país necesitan más Alfaros. Quizá no le interese todo esto, quizá nunca le interesó, pero es fáctico.
Alfaro cambió años de un proceder, juicios y opiniones que eran escuchadas con la atención de quienes entendíamos que el tipo que hablaba estaba un escalón más arriba moral e intelectualmente. Lo resignó todo, absolutamente todo, por el desafío de ser Bianchi, o Russo, o Falcioni, o algo en la historia de Boca, al menos un capítulo en el próximo libro. Es innegable que el riesgo de su decisión es mayúsculo a esta altura de su carrera y dejando lo económico de lado. Porque todo lo que fue afuera de la cancha ya no existe. No existe el lugar desde el cual le daba lecciones a Holan, o desde donde le pedía previsibilidad y largoplacismo a la AFA. Sólo existe su laureado paso por Arsenal y su gran desafío: apagar el incendio de Angelici y entrar en la historia de Boca.
Gustavo Alfaro le falló a Huracán. Le falló a Nadur, a la gente y a los jugadores; sus gladiadores, como él gusta de llamarlos. Pero Alfaro también le falló a Alfaro. O por lo menos al Alfaro que había que clonar para que las cosas mejoren, a su otro yo hasta ayer, el que predicaba con el ejemplo.
Querido Quemero, Huracán tiene un buen plantel y un año tentador está por comenzar. Y a la dirigencia, que obviamente ya está trabajando en el sucesor, le suenan varias notificaciones de relevancia en la agenda: reemplazar al jugador más influyente en décadas, la situación de Salcedo y otras irregularidades en pagos. Los dos últimos puntos son temas de dinero, algo de lo que hace mucho tiempo no se hablaba y a la luz del profesionalismo son bastante más importantes que si el DT se queda o se va. La coyuntura del fútbol ya no es sentimental puerta de los clubes hacia adentro. Huracán seguirá teniendo más victorias que derrotas si se mantiene ordenado y los números cierran; si entran $100 y salen $90; si surgen Kakus y llegan Pussettos. Básicamente, si la gente que toma las decisiones realmente importantes para la institución tiene claro dónde está el norte. Huracán puede y debe ser mejor, porque le sobra historia y el presente ilusiona. De Alfaro, si la cosa sale mal, sólo quedarán fotos en algún hogar de Sarandí.
Periodista, ex Olé. El fútbol no es un juego: es todo