Pocas cosas en esta vida se dan de forma unánime y sin lugar a discusión. Desde la política, la religión y el fútbol se desprenden una lista de innumerables ejemplos que validan ésa afirmación. Sin embargo ese no es el motivo que motoriza estas líneas, ni mucho menos este es el lugar de debate para reflexionar sobre eso. La razón descansa en aquello que los Quemeros hemos sacralizado bajo ciertos preceptos y estipulaciones que no dan lugar a discusión.
La primera deducción obvia que cae por decantación sería que aquello es Huracán, el Globo o nuestro amor por el club. Es verdad, coincidimos todos en esos sentimientos, pero la realidad es que no podría ser de otra manera. En fin, basta de darle vueltas innecesarias al asunto y hablemos de quién tenemos que hablar ya que hoy cumple años.
Dicen que nació un día como hoy allá por el año 1947, dicen que tardó casi 6 años en nacer. También afirman que el día de la inauguración, en un partido ante Boca, más de 80 mil almas se cautivaron ante su belleza y vieron expectante como el Globo goleaba 4 a 3 al equipo de la Rivera. Algunos cuentan que los medios de la época lo destacaban como “uno de los más hermosos, modernos y amplios conocidos por estas tierras y por otras cercanas o lejanas”. Otros relatan que a pesar de que ya era grande, le cambiaron el nombre en 1972 para rebautizarlo como hoy lo conocemos.
Muchas historias corren alrededor de él, muchas leyendas se lucieron en él, muchas personas nos ilusionamos en él. Son infinidades los mitos que año tras año se van poblando en él y de él. Pero a pesar de todo, me pasa como a Cortázar: las cosas nacen y suceden en el mismo momento que yo las descubro. Es por eso que, en mi vida, él nació una tarde de agosto de 1989, el mismo día que también atesoré el primer recuerdo de Huracán. Tenía apenas cuatro años y mi viejo me llevó a conocerlo, y desde ese día nos hicimos inseparables.
Pasaron una punta de años desde aquella tarde, pero sin embargo sigo ocupando ese mismo lugar de la popular pegadito a la platea Alcorta. El mismo en el que veía sentado los partidos de reserva, el mismo en el que coseché muchas amistades y pasé momentos inolvidables que quedaron impregnados en los recovecos de mi alma. Ese lugar el cual lloré, me emocioné, alenté, canté, palpité alegrías inigualables, grité hasta la afonía y desempolvé el sentimiento más sincero de un futbolero que es aquél que representa abrazar a un extraño gritando un gol.
Muchas sensaciones y sentimientos me desbordan el alma cuando estoy en él o cerca de él. Es por eso que a pesar de tener que entrar por Luna, camino por Colonia solamente para empaparme la vista con las majestuosas torres -que son tu sello característico- en la que se vislumbra el nombre de a quien vos le das ese lugar de pertenencia. Debo confesarte que uno de mis placeres más profundos y secretos es ir una hora antes de que empiece el partido, subir las escaleras por el camino más largo hasta entrar por una de las tantas bocas de la Bonavena y respirar ese olocirto a pasto mojado que me cala hasta los huesos y me resetea la cabeza acelerada por las cotidianidades de la vida.
Cuando termina el partido tengo un rito similar, me gusta irme último. Me quedo sentado mirando la fugacidad con la que va desapareciendo el cotillón que te decora por 90 minutos, veo como se despueblan tus sillas, tus escalones y tus cabinas; y así me quedo disfrutando ese rato casi a solas y de privacidad mentirosa en la que los papelitos cobran vida con el viento y alguna que otra persona queda en la misma deambulación secreta en la que me sumerjo cada vez que llega la hora de despedirnos.
Imaginate lo importante y codiciado que sos que hace unos años te quisieron arrebatar de nuestras entrañas. Esos caranchos que les gusta ahogar sueños y emblemas bajo la excusa del progreso y de los negocios. Pero no los dejamos. Nos juntamos todos e hicimos lo que se debe hacer, que es defenderte. Y así, con mucho empuje, te convertimos en Patrimonio Histórico y de Defensa Estructural de la Ciudad de Buenos Aires.
Nos quedan algunos asuntos pendientes, pero en estos 73 años que hoy cumplís brillaste incesantemente, tal como dictan las normas sobre cómo debe brillar un Palacio. Albergaste a las bandas de rock más importantes, fuiste cuna de los grandes momentos futbolísticos de nuestro país, fuiste el primero del mundo en ganar un Oscar, continúas siendo uno de los escenarios más importantes de Argentina y aquel que te conoce, cualquiera sea su simpatía futbolera, no puede evitar enamorarse de vos.
Nos sobran motivos para estar orgullosos de que seas nuestra casa y hay razones de sobra para decir que sos nuestro único lugar en el mundo. Hoy más que nunca ansío que llegue el lunes para volver a verte y decirte lo que traté de decirte en todas estas líneas: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, QUERIDO PALACIO TOMÁS ADOLFO DUCÓ!
Quemero, Lic. en Comunicación, Periodista y Locutor. Futbolero y fierrero. El asado se hace despacio, el fútbol se juega por abajo y la coca es para el fernét.